Este es el primer post de una serie de post que tengo la intención de hacer, hablando sobre los límites.
¿Son necesarios los límites? ¡Por supuesto! Les aportan seguridad.
¿Se pueden poner límites y hacerlo con amor? ¡Por supuesto también! Y esto es lo que me gustaría tratar en esta serie de posts.
Hoy hablaremos de la forma en la que damos el mensaje sobre un límite. Pero antes de todo, me gustaría hacer unos ejercicios contigo.
Si os digo: «no comáis fresas». ¿En qué habéis pensado? En fresas posiblemente ¿no? Luego decides si te apetecen o no, pero la imagen que se ha proyectado en tu mente ha sido la de una fresa. Probad lo mismo si os digo: «no os rasquéis la rodilla» o «no pienses en un hipopótamo rosa».
Ahora imaginaros vivir en un mundo de «noes», en el que vuestra pareja estuviera diciéndoos que no a más de la mitad de las cosas que le pedís. Pero también os diría que no vuestro jefe a propuestas que le hacéis. Y vuestros amigos, y vuestros padres… no, no, no, no… no tras no. ¿Cómo os sentiríais? ¿Abatidos? ¿Enfadados? ¿A la defensiva?
Por eso quiero hablaros de la importancia de intentar formular los límites en afirmativo (aunque en ocasiones, por supuesto, es necesario recurrir al no). Enfocaros en lo que esperáis que vuestro hijo o hija haga, no en lo que NO queréis que haga. Cuando formulamos en positivo, el cerebro se vuelve más receptivo y es más probable que el peque colabore.
Por ejemplo:
En vez de decir «NO corras», decir «anda despacio»
En vez de decir «No toques», decir «manos atrás»
En vez de decir «No chilles», decir «habla flojito»
En vez de decir «No te alejes», decir «ves a mi lado»
En vez de decir «No subas con los zapatos al sofá», decir «quítate los zapatos para subir al sofá»
Necesita que estemos presentes y nuestro esfuerzo y práctica, pero seguro que lo conseguiremos.